Historia de la Tropa
Nunca olvides aquello que te hace ser quien eres
Dicen que cualquier pueblo que olvide su historia, está condenado a repetir los errores del pasado. Y es en este punto, en la historia de cada pueblo, donde reside la esencia y la cultura de cada lugar. Por eso los pueblos indios cuidan de una manera tan especial a sus ancianos, porque son los guardianes de la sabiduría y la historia de sus antepasados. Quizá haya llegado el momento de escucharles y conocer así las historias de aquellos que marcaron lo que somos ahora…
Tiempo atrás, en las grandes praderas, se situaban varios poblados indios. Era una zona perfecta para vivir, pues la caza era abundante y las aguas de los ríos bañaban el lugar. Las colinas permitían a los pequeños guerreros jugar sin parar y la gran montaña marcaba el límite que ninguno debía cruzar, pues más allá todo era sombrío. El lago Nassai aportaba la pesca necesaria a los poblados y la paz reinaba entre ellos.
Pero como bien es conocido por todos, por mucho que brille el sol siempre llegarán nubes oscuras. La ambición de los hombres no conoce límites y este fue el motivo que les condenó. La Tierra es un regalo de nuestros padres y un préstamo de nuestros hijos y aquel que intente apoderarse de ella, estará renunciando a su derecho de disfrutarla. Pero esta es una lección que los hombres aprendieron a costa de una gran guerra.
Las grandes praderas eran extensas y cada pueblo se situaba en un lugar diferente que le permitía cazar para sobrevivir sin cruzar los límites donde se asentaban otras tribus. Los hombres cada vez querían más terreno para cazar y esto generó tensiones entre los jefes de varias tribus. La situación cada vez era más tensa y los hechiceros de las praderas se reunieron para decidir el futuro de aquel lugar.
En aquella reunión quedó claro que todo aquello que estaba pasando era un grave error. Los pueblos siempre se habían respetado y eso no podía cambiar. Pero de repente, cuando menos se lo esperaban aquellos ancianos, comenzaron a resonar tambores de guerra. Rápido asomaron la vista fuera del tipi en el que se encontraban y un mar de flechas cruzó sus ojos. Aquellos pueblos no habían sido capaces de esperar y la guerra por las grandes praderas había comenzado.
Parecía que ya nada tenía solución y que todo estaba perdido. En mitad de la batalla, una flecha ardiendo alcanzó el tipi donde se encontraban los hechiceros, haciendo que este comenzase a arder. Al cabo de pocos minutos, un silencio devastador se apoderó de todo. Los guerreros se dieron cuenta de lo que habían hecho a sus ancianos. Aquel tipi quedó reducido a cenizas pero lo que iba a ocurrir entonces se quedó grabado en la memoria de todos.
Una gran voz retumbó desde las montañas lanzando un mensaje: “Vosotros, los hombres de las tribus de las praderas, habéis querido apoderaros de la Tierra que no os pertenece. Los hechiceros, guardianes de la historia de cada uno de estos rincones, acaban de ser asesinados por vuestra ambición y codicia. Ahora ellos vivirán en esos rincones de los que tanta historia conocen y vosotros tendréis que empezar de nuevo, pues habéis olvidado vuestra historia y ahora es vuestro deber crearla de nuevo.”
En ese momento, una luz iluminó el tipi quemado. Esa luz quedó reflejada en varios lugares de las praderas, aquellos lugares donde el alma de los hechiceros iba a permanecer. Un águila y un halcón alzaron el vuelo hacia la gran montaña Chirawi. Un diente de tiburón reflejaba el gran lago Nassai y varias cobras se dirigían al bosque de Kiowa. En el otro extremo de las praderas, un lemming y un vampiro acudieron a las montañas sombrías que marcaban el límite de aquel lugar. Los más sabios decían que los hechiceros se habían reencarnado en aquellos seis animales, por lo que desde aquel momento su caza quedó completamente prohibida para todas las tribus.
Desde aquel día, las tribus se unificaron para defender la paz en aquel lugar. El guerrero Neyka se puso al frente de la tribu de Towanda, la cual se situó a las orillas del lado Nassai, el bosque de Kiowa y la montaña Chirawi. Por otro lado, Baira condujo a su tribu hasta las montañas sombrías que marcaban el límite de las praderas. Esta tribu se proclamó con el nombre de Senotowa.
Desde entonces, cada año, las dos tribus se reúnen en la noche de las tres lunas para recordar aquella historia que las hace permanecer unidas.
Guerrero indio, nunca olvides al animal que te acogió, pues esta será la historia que dejarás a tu tribu.
Leyenda de la Tropa Towanda
Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en el que los indios vivían juntos en un mismo poblado y todos eran una misma tribu. Hubo un tiempo en el que cada uno respetaba la caza de los demás y las flechas solo se disparaban contra los animales. Pero Kiowa, el dios del mal sembró la cizaña en el poblado y cultivó la envidia en los corazones de los indios.
Un día Neyka, el indio solitario de corazón valiente abandonó su tribu tras una discusión en el consejo del búfalo y, después de coger su caballo y sus armas, cabalgó soles y lunas con el propósito de olvidar para siempre a sus hermanos. Después de andar días enteros y traspasar montes y lagos decidió asentarse en un claro del bosque donde pensó que el sol que lucía no debía de ser el mismo que se ponía en su poblado.
Una noche mientras Neyka dormía en su tipi, una fuerte luz iluminó su rostro pálido y le hizo desvelarse. Ante él tenía la figura del toro sagrado, aquel que sólo se aparece al ojo humano para anunciar al indio la llegada de su Noche de las Tres Lunas. Confuso e ilusionado se dispuso a preparar su cuerpo y espíritu para las pruebas que los dioses le presentarían y escogió su mejor arco, sus más ligeras flechas y su mejor hacha.
En su camino encontró enormes dificultades que superó gracias a su inteligencia. Consiguió levantar la montaña Chirawi, morada del dios del fuego, cruzó el bosque de Kiowa, construyó con sus manos el puente del lago Nassai y acertó las adivinanzas que le preparó el árbol de la sabiduría. Confiado, se dirigió a la roca sagrada para recibir la que sería su última prueba. Los Dioses al hablar dijeron:
“Queremos que toda tu tribu de la que te separaste esté aquí contigo, como muestra de que el mal que sembró Kiowa, ya no existe en vuestros corazones”.
Neyka, al verse incapaz de realizar tal mandato, cayó al suelo llorando y, golpeando su cabeza contra las rocas gritó TOWANDA, su grito de guerra. En ese momento ,tras oír fuertes golpes, caballos galopando y tambores sonando a lo lejos, observó como toda su tribu le rodeaba. Los dioses entonces hablaron:
”El indio de espíritu sano y mente clara sabe que aunque estéis en distintas tribus, todos sois el mismo pueblo, y el espíritu de cualquiera de vosotros estará siempre donde esté el espíritu de otro hermano”.
El jefe indio alzó la voz para dirigirse a Neyka en nombre de todos sus hermanos indios:
“Desde que te fuiste en todo momento nuestro pensamiento y espíritu estuvieron contigo. Hoy en tu noche de las tres lunas has superado con valentía todas las pruebas de los dioses y has encontrado nuestra palabra mágica. Todo aquel que en cualquier momento necesite ayuda, solo tiene que gritar TOWANDA desde el fondo de su corazón, por muy lejos que esté de los suyos, porque sólo lo que se dice con el corazón llega directamente al corazón de los otros.
.....y desde aquella noche de las tres lunas, todo indio sabe que tiene un grito de guerra para pedir ayuda: TOWANDA. Y que sólo con él llegará hasta donde se proponga”.
Leyenda de la Tropa Senotowa
Hace muchos años los hombres vivían tristes y apenados. En las noches heladas temblaban de frío y comían los alimentos crudos porque no tenían fuego. El cuervo Urubú era el dueño del fuego y no se lo prestaba a nadie. Lo guardaba bajo sus alas para que nadie se lo robara y el viento no pudiera apagarlo.
Por aquel tiempo había un jefe llamado Baira. Un día reunió a todo su pueblo y les dijo:
“Es injusto que el cuervo Urubú guarde el fuego para él solo, pues el fuego es una cosa buena y debe ser para todos”.
Baira se internó en la selva pensando:
“Conseguiré el fuego para mi pueblo...”
Buscó por todas partes hasta encontrar por fin el lugar donde vivía Urubú. Allí se tendió en el suelo haciéndose el muerto y esperó a que llegara el cuervo. Poco después paso Urubú con su familia, se posó junto a Baira y dijo:
“¡Ya tenemos comida para hoy!”.
Y así, mientras Urubú fue a por leña, la familia se quedó guardando el cuerpo de Baira. Fue entonces cuando aprovechando un descuido, Baira cogió el fuego y huyó a gran velocidad.
Los hijos de Urubú exclamaban:
"¡Padre nos han robado el fuego!"
Y comenzaron a perseguir a Baira. El jefe corrió hasta dejar atrás a sus perseguidores y al llegar a un río muy ancho que no podía cruzar con el fuego, llamo a un vampiro y le dijo:
“Lleva el fuego hasta la otra orilla que allí te espera mi pueblo, SENOTOWA".
Pero el vampiro solo pudo llegar a la mitad del río. Entonces acudió el lemming para prestarle ayuda. Entre los dos trasladaron el fuego hasta la otra orilla a la vez que Baira cruzaba nadando sin ninguna dificultad.
En Senotowa hubo una gran fiesta mientras Urubú se arrancaba las plumas de rabia. A partir de entonces el fuego perteneció a todos los hombres que pudieron cocinar alimentos y calentarse en las largas noche frías.